Como les sucedió a menudo a las mujeres solteras del pasado y a pesar de los juicios maliciosos que las rodeaban, María, hoy de 88 años, era una mujer fuerte, independiente y decidida. Y lo sigue siendo, a pesar de su avanzada edad y de las muchas vicisitudes que ha tenido que atravesar. Siempre ha vivido sola, pero esto no le ha impedido tener una vida social y profesional muy satisfactoria. Mujer culta y estudiosa, nada más terminar el bachillerato se había matriculado en un curso de mecanografía para poder empezar a trabajar lo antes posible y mantenerse de forma independiente. Ciertamente no eran tiempos de grandes oportunidades, pues, para las mujeres que deseaban emprender una brillante carrera profesional. Y así, aún joven, una vez completada su formación, fue contratada por los demócratas cristianos, donde pronto dejó su huella. Conoció a Aldo Moro y entró en su secretaría, donde permaneció mucho tiempo. La suya fue una vida muy activa y muy satisfactoria. Se compró una hermosa casa en Roma, cerca de Piazzale Clodio, el barrio de los que ejercen la abogacía y donde aún vive. Hace dos años, ya muy anciana y jubilada desde hacía mucho tiempo, María empezó a tener importantes problemas de salud para los que necesitaba una serie continua de pruebas. Nada especialmente especializado o sofisticado, sólo la necesidad de repetir algunos análisis, como la medición del valor del hemograma, para mantener la situación bajo control.
Aunque no le faltaba cierta disponibilidad económica y había solicitado un servicio a domicilio, le dijeron que tendría que recurrir al ingreso hospitalario. Y después del hospital, como en un círculo vicioso ininterrumpido, llegó el traslado a una RSA, donde tuvo que pasar muchos meses y donde quizás estaba destinada a quedarse para siempre. ¡Todo para controles sanguíneos frecuentes y regulares!
Parecía una situación kafkiana sin salida. Mientras tanto, en la RSA, la salud de María empeoraba: había caído en un estado depresivo y comenzaba a sentirse confusa. Además, parecía que sus familiares no tenían ningún interés en que regresara a su casa, sino todo lo contrario.
Sólo gracias a una trabajadora social sensible y atenta, que luego se convirtió en su administradora de apoyo, María logró regresar hace cinco meses a su casa, donde ahora vive con una cuidadora rumana, dulce y enérgica al mismo tiempo, a quien llama “mi pequeña”.