1. Cuando otros deciden...
1. Cuando otros deciden...
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Mario tenía 82 años y algunas limitaciones físicas. Para desplazarse necesitaba el apoyo de un andador y algo de ayuda para ir al baño. Tenía unos ingresos de jubilación decentes después de 40 años de trabajo. También obtuvo el reconocimiento del subsidio de cuidado y vivió en una casa municipal que le fue asignada cuando aún era joven y su hijo sólo tenía 15 años.

Hace unos años su hijo se había mudado a vivir con él porque lo habían desalojado de la casa donde vivía con su familia. Un día el hijo comienza a decirle a su padre que la convivencia entre ellos ya no era posible, que tanto él como su esposa tenían que ir a trabajar y no podían cuidarlo durante el día. Le sugiere la residencia de ancianos, pero Mario intenta resistirse.

La propuesta de su hijo, que ya era más que una propuesta, le molesta y, para hacer valer sus derechos, se opone con todas sus fuerzas, dejando a veces incluso que resurja su carácter pendenciero. Mario adopta estas actitudes porque es consciente de que en realidad no podrá frustrar la propuesta de su hijo que ya era una decisión tomada. Llora, se desespera pero se ve obligado a hacer lo que su hijo le dice: se lleva una bolsa con algo de ropa, un teléfono, gafas y se marcha, sin hablar, con su hijo hacia una casa aislada que linda con el campo y tiene vistas a una calle muy transitada. A su llegada, un asistente lo saluda y le muestra la habitación que debía compartir con otras dos personas. Unos ancianos lo miran, alguien lo saluda.

Entonces su hijo se queda a vivir con su familia en la taberna a nombre de Mario y él, ya no considerado parte de la familia, se ve obligado a vivir en una instalación entre extraños, aislado de todos y de todo.

Lo único que le queda es su teléfono móvil para mantener algún contacto. Entonces llama a alguien que conoce y le cuenta su absurda historia que le parecía una pesadilla de la que ya no podía despertar. Dice que allí se sentía mal, incómodo, que no comían bien, de hecho la comida era insuficiente y siempre tenía hambre.

Al cabo de unos días, el hijo, al enterarse de sus llamadas telefónicas, va al instituto y le quita el teléfono a su padre. Le dice al director que era mejor no retenerlo porque esas llamadas lo agitaban y lo hacían sentir mal.

Mario ya no pudo contarle estas cosas a nadie, lo cerraron en silencio.